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04
Oct
Analfabetismo en la era digital

En cada conferencia con público adulto, en cada charla con estudiantes de la ESO, bachillerato o universidad, en cada taller con fotógrafos o periodistas profesionales suelo hacer la misma pregunta desde hace muchos años: ¿Cuántos conflictos armados activos hay en el mundo?Nadie es capaz de responderla y muy pocos se acercan a la respuesta verdadera cuando dan un número a boleo. Rara es la vez que una persona es capaz de nombrar cinco conflictos armados. Muchos empiezan recordando Ucrania, Gaza, alguno se arriesga a nombrar a Afganistán, Siria e Irak y punto final.¿Cómo es posible la existencia de tal nivel de horrible analfabetismo en un mundo tan interconectado y alfabetizado como el nuestro? ¿Cómo es posible que no sepamos que hay 56 guerras activas con la implicación de 92 países que afecta a más de 1.100 millones de habitantes, de los que cerca de 120 millones son refugiados o desplazados, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial?¿Para qué sirve tener un teléfono en cada bolsillo si luego no somos capaces de contestar a preguntas cuyas respuestas aparecen a las milésimas de segundo de hacérselas a nuestros dispositivos? ¿Los teléfonos sirven para algo más que para mandar mensajes con faltas de ortografías?A lo largo de mis más de cuarenta años de carrera profesional he tenido que lidiar con situaciones asombrosas. Me han preguntado sobre lo que pasaba en tal o cual conflicto con la idea de conseguir en un minuto la información suficiente para darse por satisfecho. Hablamos de conflictos que aparecen cada día en los medios de comunicación. Conflictos mediáticos que acababan ensombreciendo el sufrimiento de las víctimas de los olvidados.Lo primero que he sentido es mi fracaso como periodista. Si ni quiera puedo influir en las personas que me rodean (que son las que preguntan), ¿qué hago intentándolo con personas a las que no conozco y que viven a decenas o centenares de kilómetros? ¿Vale la pena viajar a lugares inhóspitos para informar de temas que no interesan a quiénes te rodean o que solo se interesan cuando el tema se pone de moda?En 2019 me peleé con algunos medios de comunicación para que se interesasen por lo que ocurría en Afganistán. Ya era claro que los talibanes actuaban como el poder en la sombra en muchas regiones y que se acercaba tiempos horribles. Me sentía como un mendigo del espacio literario, radiofónico y televisivo. Llegué a rogar porque era fundamental hablar del deterioro de una situación que acabó con el regreso de los talibanes al poder dos años después.En agosto de 2021, las mismas personas que se mostraron insensibles al dolor de las víctimas, especialmente mujeres cuyos derechos han sido conculcados desde entonces, aparecieron firmando manifiestos, mostrando un gran dolor público y hablando ex cátedra con un desconocimiento asombroso sobre la tragedia afgana. Los especialistas en el país asiático aparecieron debajo de las piedras y se multiplicaron hasta que los focos se apagaron y la causa afgana regresó al ostracismo.Tenemos que ser sinceros: en muchos casos la agenda mediática ya no es decidida por los responsables de los medios de comunicación sino por poderes ajenos a nuestro oficio y, muchas veces siento que se actúa como correas de transmisión de intereses ajenos al sagrado deber de informar.Aquellos días de agosto de 2021 me indigné cuando escuché en palabras del presidente Pedro Sánchez un «Misión cumplida» cuando se estaba excavando una profunda tumba para la población afgana. Pero apenas hubo críticas sobre el comportamiento de las potencias mundiales, incluida España, que abandonaban a Afganistán a su suerte.Evidentemente, los talibanes eran los principales responsables del desastre que se avecinaba, pero las potencias occidentales habían sido incapaces, en dos décadas de presencia permanente, de impedir la corrupción generalizada entre los señores de la guerra, que se habían apropiado de los puestos más suculentos de la administración afgana. Fue, sin duda, una «Misión Incumplida» y un sobresaliente en perpetuar la barbarie.Siempre que hablo de Afganistán recuerdo qué hacía cuando los soviéticos invadieron el país en diciembre de 1979: estudiaba el segundo mes de primero de periodismo con 20 años. Afganistán sigue en guerra desde entonces y yo he podido realizar una larguísima carrera profesional. Ellos nacían, crecían, maduraban, envejecían y morían en guerra mientras yo publicaba libros y ganaba premios. Sólo los afganos que han superado los 55 o 60 años pueden entender y describir lo que significa la palabra paz.Mi generación vivió un momento revolucionario en las transmisiones. Nunca tuve que usar el télex que agotaba la paciencia de mis compañeros más veteranos. Mis inicios coincidieron con el descubrimiento del fax. Escribías en un papel, lo introducías por una ranura en una maquina extraña, marcabas un número y veías como el engendro se iba comiendo tu escrito durante un minuto o menos. La transmisión se acababa con un Ok que garantizaba que el envío había llegado a miles de kilómetros.En noviembre de 1984 no pude dictar una crónica a un diario provincial desde El Salvador porque la conferencia telefónica a cobro revertido valía una fortuna. Mis compañeros me encontraron llorando en una esquina y me consolaron. En las guerras balcánicas de la primera mitad de los noventa empezaron a usarse teléfonos satélites con un coste de 25 a 40 dólares el minuto. Casi siempre lo difícil no era conseguir la información si no transmitirla por los cortes de las líneas telefónicas convencionales.En 2003, en Irak, había que comprimir las imágenes al máximo y armarte de paciencia para conseguir que llegasen a la redacción. La mejor solución era levantarte de madrugada y aprovechar el menor tráfico telefónico para enviarlas con más seguridad y rapidez.En 2023 y 2024, en Ucrania, transmitir era sencillamente fácil en casi todo el país. En los meses de estancia que pase en ese conflicto nunca tuve un solo problema para enviar mis crónicas o fotografías de varios megas aunque la ciudad donde me encontraba estuviese sufriendo un severo bombardeo.En marzo de 2025 conseguí enviar fotografías de centenares de megas desde Armero, el pueblo destruido por la erupción del volcán Nevado del Ruiz, o de San Pablo en el conflictivo Magdalena Medio, lugares de Colombia donde las conexiones telefónicas eran muy limitadas o inexistentes hace dos décadas.Pero los conflictos actuales vuelven a estar envueltos por la censura y la prohibición del acceso como ha ocurrido en Gaza desde octubre de 2023. El estado de Israel ha impedido el paso a los periodistas extranjeros mientras masacraba a los palestinos y ha convertido a los periodistas locales en objetivos de sus ataques militares deliberados.Con cobardes acusaciones de que estos periodistas gazatíes son propagandistas del grupo armado Hamás, han asesinado a dos centenares de ellos y han atacado también a sus familias. Pero les ha salido el tiro por la culata: los ganadores del Worl Press Photo, la mejor imagen de año de prensa, han sido palestinos en las dos últimas convocatorias.El conflicto de Ucrania y Rusia es el más censurado que he cubierto en más de 40 años de experiencia. Los rusos impiden trabajar en las zonas bajo su control y los ucranianos dificultan la libertad de prensa. Sí entregan una acreditación de prensa, pero hay que pedir permisos diarios para informar desde las zonas más conflictivas y es casi imposible acceder a coberturas de primera línea de combate, algo que era sorprendentemente fácil en la guerra de Bosnia-Herzegovina, por ejemplo.Y también hay que recordar el comportamiento de las autoridades españolas y autonómicas durante la pandemia de la Covid-19 en 2020 y la obsesión por impedir el trabajo de los periodistas para evitar que se vieran como se desmoronaba la fortaleza de un estado ante el impacto mortífero del virus. Aunque no estábamos en una guerra convencional, las cifras de víctimas superaron cualquier conflicto arma …

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