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AuthorAlex
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En Villablino, en el valle de Laciana, León, ven pasar cada día por el pueblo una de las paradojas crueles e incomprensibles de la globalización. Un centenar de camiones que viene del puerto de Gijón con carbón que llega en barco desde Sudáfrica, Rusia o América, hay quien dice que incluso de Australia y China, y va a la central térmica de Compostilla, cerca de Ponferrada, a 54 kilómetros del pueblo. Ellos y sus minas están al lado, pero sale más barato el otro, que viene de la otra punta del mundo, y este valle, que lleva un siglo viviendo del carbón, ahora está muriendo de él. Había 5.000 mineros hace 25 años y quedan unos 75 en la última mina abierta de la provincia de León, La Escondida. Hay otra a veinte minutos, Cerredo, ya en Asturias, con otros 200 mineros. En España solo hay ocho más activas, la mayoría en proceso de cierre o liquidación, en Asturias y Teruel. Todas agonizan porque en 2018 está previsto cerrar las que no sean rentables, y se teme que no quedará ni una. En el valle de Laciana, como en los 92 municipios españoles afectados, se aferran a la esperanza de salvarlas, aunque hace ya casi tres décadas que conviven con la idea de que esto se acaba. “Estamos viviendo el final de la minería, estamos en la UVI”, lamenta Mario Rivas, alcalde socialista de Villablino.
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